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  • Esa escritura que llamamos propia y

    2018-11-13

    Esa escritura que llamamos propia y amarga, ¿no concibe la homosexualidad como algo ajeno?, ¿podría entenderla de otra manera si BAY 87-2243 tanta atención y agresividad, si produce interés e indiferencia? No lo creo. La única forma de escribir sobre lo o sobre uno mismo desde ese lugar subalterno es hacerlo con cierta lejanía. Pero no nos sorprendamos si constatamos que esa distancia es la que funda, por así decirlo, la subjetividad homosexual. Justamente porque son prácticas de sí las que terminan sedimentándose en una subjetividad discernible, y no al revés, la distancia es necesaria. Son vueltas trópicas sobre sí mismo que fundan una mismidad narrable, como señala siguiendo a Nietzsche. Prácticas retóricas, descripciones trópicas. Volverse sobre sí es una forma de evitar, en muchos sentidos, la identidad. “¿De qué BAY 87-2243 podemos estar orgullosos?” La formación de las comunidades disidentes En un texto escrito a principios de los años 90 y dedicado a Francisco Estrada, médico fundador de Ave de México asesinado en 1992, Monsiváis se pregunta: “¿De qué puede estar orgullosa una persona si no está orgullosa de su comunidad?” (Monsiváis 1992: 244). Con una extensión de apenas dos páginas, su contenido es como un umbral. Esas líneas describen el clima vivido en México a partir de la irrupción del sida en la escena sexual, moral y corporal del país. Conjuga años de prejuicios y discriminaciones, de ataques y maltratos, que a la vez anuncian lo que está sucediendo en ese momento en el campo de la disidencia sexual: la emergencia de un movimiento social solidario, la creación de organizaciones sociales y de redes de apoyo y protección, la formación de una opinión pública más tolerante. “Proveer de esperanza a quienes la hipocresía sitúa más allá de toda esperanza: en pos de esta meta, los integrantes de los grupos recuperan a diario la energía consumida en la constante noción de pérdida” (Monsiváis 1992: 241). Constante noción de pérdida, así denomina Monsiváis los procesos colectivos que experimentaron los hombres homosexuales en México durante esos años; una generación diezmada por el sida, acorralada entre la peste y el juicio moral. Pero, asimismo, destaca “la gradual, a Pangaea momentos imperceptible pero irreversible disminución del sentimiento de culpa”. ¿Están vinculados esa noción de pérdida y el sentimiento de culpa? La energía se agota en la pérdida y el sentimiento de culpa disminuye de forma gradual. Monsiváis esboza una mecánica emocional y colectiva que transita de la pérdida a la solidaridad y de la culpa al orgullo. Por una parte, ¿qué es lo que recupera un movimiento de recuperación? ¿Se puede recuperar la pérdida? Han pasado 14 años desde la primera manifestación pública de grupos homosexuales y una década del primer diagnóstico de sida. El sexenio de Salinas de Gortari se encontraba en pleno apogeo, desregulando los mercados y abriendo las fronteras comerciales a los países del norte. Dos años antes se había suscitado el levantamiento zapatista. Recién había caído el Muro de Berlín y había desaparecido la Unión Soviética. Es decir, escribe ese homenaje póstumo entre una época histórica que termina y el umbral de otra que apenas se sugiere. Monsiváis hace un responso político entre las ruinas de un tiempo y los retoños de otro. En ese momento percibe que algo ha cambiado de manera apenas perceptible, pero definitiva. La pérdida ha comenzado a mutar en una energía creativa, en un desplazamiento profundo de las representaciones sociales. “Disminuir el sentimiento de culpa en las víctimas de la homofobia” —escribe— “es contribuir a la eliminación definitiva, en la vida laica, de la noción de pecado, esa última fortaleza de la teocracia” (Monsiváis 1992: 243). Añade que la sordidez del crimen de Estrada no opaca la luminosidad de sus actos y de su pensamiento. Creo que, tal vez sin saberlo, ubica un desplazamiento fundamental en la lógica del ocultamiento que él mismo delineara más tarde: “lo que no se nombra no existe, y lo nada más filtrado, y muy despreciativamente, en las conversaciones, es sórdido de suyo” (Monsiváis 2010b: 51).