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  • br El hispanismo criollo de vasconcelos br Conclusiones pr s

    2019-05-09


    El hispanismo criollo de vasconcelos
    Conclusiones: “próspero” vasconcelos Sin la disciplina personal ni el pragmatismo, inculcado por la pequeña escuela texana, Vasconcelos no hubiera logrado todo lo que se propuso desde joven. El peligro de la dispersión y la pereza latinoamericana ya lo había advertido Pedro Henríquez Ureña (su colega en el Ateneo y su principal asesor en las reformas universitarias) cuando en 1926 sentenció que el enemigo principal de nuestro continente es “la dispersión y la falta de esfuerzo; la pereza y la incultura, o la vida en perpetuo disturbio y mudanza, llena de preocupaciones ajenas T-5224 la obra”. Vasconcelos se vio inmerso en esa inestabilidad. Durante sus años de estudiante de Derecho cuenta cómo pasó muchas veces de la exaltación por ciertas lecturas filosóficas a la apatía por la falta de estímulos sociales; de la abnegación por la muerte de su madre al goce con ciertas muchachas non sanctas. O de cierto desdén por la política y hasta indiferencia por el régimen de Porfirio Díaz a enrolarse en la conspiración de Madero contra el régimen, una vez que se fue a trabajar a Nueva York. Y aunque su principal anhelo fue el de hacerse filósofo, no se encerró en ninguna torre de marfil mientras escalaba en el reconocimiento intelectual, sino que aceptó cualquier tipo de empleo como jurista o abogado, perdiendo muchas horas de estudio. Con todo, si bien no hay falta de esfuerzo ni mucho menos pereza e incultura, sí que encontramos en Vasconcelos, a juzgar por Ulises criollo, una vida en perpetuo disturbio y mudanza. ¿No afectaron a su obra literaria tantas preocupaciones ajenas? Vasconcelos desliza constantes comentarios a propósito de su íntimo deseo de convertirse en filósofo. Logró escribir casi diez libros de tema filosófico, desde sus primeros escarceos como Pitágoras: una teoría del ritmo (1921), pasando por una voluminosa Historia del pensamiento filosófico (1937), unaLógica orgánica (1935), unManual de filosofía (1950) hasta un tratado de Rlosofía estética (1952) y otro de Todología: filosofía de la coordinación (1952). En ninguno de estos libros, conviene decirlo, formuló una filosofía propiamente suya. No hay nada gratuito en que su libro más difundido en Hispanoamérica sea La raza cósmica: misión de la raza iberoamericana (1948), Por lo demás, en Ulises criollo, según Jorge Cuesta, “la filosofía de Vasconcelos encuentra su genuina, su auténtica expresión”. Pero sus interpretaciones más celebradas no son las filosóficas sino las socioculturales en torno al papel de Hispanoamérica en relación —y en contraste— con Estados Unidos.
    Un poco de historia En principio, existe acuerdo en que la crónica puede ser caracterizada, en buena medida, como una narración que fija y preserva en papel los hechos históricos que la memoria humana no podría guardar. Su objetivo es permitir, mediante su lectura, que quienes no han atestiguado lo que en ella se describe —sean éstos coetáneos o generaciones futuras— logren enterarse de los sucesos acaecidos en el pasado. Ya a Isotype partir del siglo xvi, en la corte española se designaba específicamente a un funcionario para escribir la historia de la monarquía: se trataba del cronista o “coronista” real. Desde luego, realizaba su labor por encargo, y su mandato era conservar y enaltecer la memoria de los hechos de los españoles y de la grandeza de la Corona, para lo que se ponía a su disposición toda la documentación administrativa y oficial que resguardaban los profusos archivos reales. En este marco, el contacto con el denominado “Nuevo Mundo” dio lugar al surgimiento y proliferación de multitud de historiadores y cronistas aficionados (soldados, religiosos, funcionarios de diverso rango), cuyo contacto con las realidades americanas los impulsó a tomar la pluma por razones variadas. Algunos escribieron por mandato superior, a fin de informar sobre cuestiones que importaban a la administración y gobierno de los nuevos dominios; sin embargo, en la mayoría de los casos —en especial durante los primeros tiempos— no estaba ausente la fascinación ante lo inédito, ni la necesidad de dejar testimonio de las maravillas y peculiaridades de las tierras recién encontradas.